La vivienda consta de casi 500 metros cuadrados, más otros mil de un hermoso jardín que alberga árboles tropicales, frutales y una gran variedad de flores que perfuman cada esquina de la villa de una forma natural y fresca. Es la primera percepción que invade al visitante al traspasar la puerta de entrada, después de haberse bañado en el terracota marroquí de la fachada. La sensación de haber aterrizado en otro país, que es a la vez muchos países. Y todos ellos conviven con la calma y el silencio. La posición privilegiada de la villa, escoltada por la Concha y situada en un altozano que permite ver el mar, es una de sus grandes bondades.Lo único que rompe el silencio son los pájaros que revolotean alrededor del limonero centenario de su patio.
La parte principal de la casa acoge dos dormitorios en suite, la cocina, el salón comedor, la sala de estar y el despacho, con un delicioso rincón de lectura. Todos ellos siguen una pauta decorativa común: tonos neutros de base, blanco sobre todo, muebles con carácter y piezas de anticuario y un sinfín de objetos traídos de mil viajes que proporcionan a cada escena una impronta mágica, casi mística. Alfombras árabes, cojines de ikat, ídolos africanos en forma de estatuas o máscaras son sólo algunos de los elementos que convierten a esta vivienda en una particular vuelta al mundo.
Cada habitación cuenta una historia:
Contribuye a ello la distribución del resto de las habitaciones. A ellas se accede a través del jardín y todas cuentan una historia, proponen un viaje emocional a través de su estética. Así, Argan es cálida, sus colores tierra y rojizos trasladan a un oasis en el desierto; Jaipur es exótica y viste en tonos morados y rosáceos; Ashanti se traslada al África negra con muebles wengué y ‘animal print’; Casablanca es una de las joyas de la corona, sus tonos azules recuerdan también a Chauen, a los atardeceres infinitos en esta ciudad. Martina también hace un hueco a dos de sus municipios andaluces favoritos con las habitaciones dedicadas a Tarifa y a Ronda. La primera, surfera y ‘ad lib’. La segunda, romántica y tradicional, austera pero con mucho encanto.Tras este periplo de pasiones, los sentidos están invitados a descansar y rendirse a los placeres naturales de Marbella con algunas de las estancias divinas de la casa.La terraza, por ejemplo, ofrece uno de los atardeceres más especiales de la provincia de Málaga. Con vistas al mar y el regalo de la brisa que mece pero no molesta. Abajo, en el jardín, además de la piscina Martina ha dispuesto rincones para la meditación y el reposo. Una hamaca bajo los árboles, una zona de estar donde compartir un buen té, un rincón de lectura aromatizada bajo el limonero o una cama balinesa para rendirse a los beneficios de la siesta.
En esta casa no hay conjuntos pretenciosos ni escenarios de plástico. Todo tiene un porqué y rebosa autenticidad.